
La economía puede ser muy farragosa para el común de los mortales. Sin embargo, queramos o no, nuestra vida, nuestras expectativas, nuestra actividad, como personas, como empresas, se ve afectada por la economía. Los gobiernos con sus políticas económicas, están condicionando nuestras acciones, presentes y futuras.
No quiero entrar en complicaciones, que nos desvíen del objetivo de este artículo. Entender de forma muy simplificada, las dos grandes escuelas de pensamiento económico, capitaneadas, por los dos economistas más influyentes del s. XX:
- John Maynard Keynes (5 de junio de 1883 – 21 de abril de 1946) y
- Milton Friedman (Nueva York, 31 de julio de 1912-San Francisco, 16 de noviembre de 2006).
El primero líder de la escuela que lleva su nombre, el keynesianismo. El segundo, líder de la escuela de Chicago o escuela neoliberal.
El keynesianismo toma el mando
Antes de Keynes, la teoría económica de los países occidentales, se basaba casi exclusivamente en el liberalismo sin matices. Tras la crisis del 29, la ideas de Keynes toman relevancia, hasta convertirse en las más relevantes en la política económica de los gobiernos, tras la Segunda Guerra Mundial. Consiguió dejar en segundo plano a los seguidores del liberalismo. Su gran preocupación, fue explicar el ciclo económico y encontrar las condiciones en las que la economía llega al pleno empleo.
El keynesianismo parte de la idea de que la renta se puede dedicar a inversión, ahorro o consumo. Inversión y ahorro son actividades productivas, mientras que el ahorro no lo es, ya que deja recursos sin movilizar, lo que se traduce en desempleo.
Cuando la inversión o el consumo decaen, la economía entra en recesión. A diferencia del liberalismo anterior a Keynes, éste no cree que existan siempre en el mercado, mecanismos automáticos de corrección. Los agentes económicos, empresas e individuos, al estar sometidos a entornos con un alto grado de incertidumbre, buscan el ahorro y no invertir y consumir, lo que deja recursos ociosos. Todos conocemos casos de personas con solvencia económica, que ante situaciones de crisis deciden ahorrar; por lo que pueda pasar.
Por este motivo, Keynes ve imprescindible la intervención del Estado. En situaciones de una demanda débil, por insuficiencia del consumo privado, el Estado a su juicio, es responsable de estimularla por medio de políticas expansivas adecuadas. Keynes no pretendía socializar la economía, pero sí afirmaba que el Estado podía ser igual de eficiente que el mercado, en la asignación de recursos, por lo que debía ocuparse de estimular sectores en los que el mercado fallaba o en los que, el sector privado, no encontraba estímulos suficientes para entrar. Hay grandes ejemplos de infraestructuras, lideradas por estados que han contribuido al desarrollo regional de los lugares en las que se han construido. Un ejemplo es la autopista A Coruña – Vigo, con varias decenas de años funcionando, en la que hay estudios que demuestran, el desarrollo de las regiones de Galicia, por la que atraviesa la autopista.
En opinión de Keynes, la intervención pública debía realizarse a través de la política fiscal. Permite al estado distribuir de forma diferente las cargas, de acuerdo a criterios de renta, mientras que permite elegir opciones de inversión y gasto, con lo que el gobierno, adquiere plena capacidad para dirigir sus opciones políticas. Este tipo de políticas tienen por tanto una gran carga ideológica.
Según Keynes, el intervencionismo estatal imprime a la economía un dinamismo suficiente para conseguir alcanzar el pleno empleo, aunque a costa de altos niveles de inflación y de un alto gasto público. Considera que el empleo es preferible al control de la inflación y el déficit público.
Crisis del keynesianismo
Las condiciones cambian y las soluciones también. La crisis de los años 70, puso de manifiesto que el keynesianismo no funcionaba.
El primer condicionante, es que se produce una grave crisis fiscal del estado. Imposibilidad de elevar indefinidamente los impuestos como vía de financiación de un estado cada vez más grande y costoso. Los impuestos no pueden sobrepasar un determinado límite porque si es así, se acelera la economía sumergida. Impuestos muy altos fomentan el fraude fiscal. La única forma de aumentar los ingresos fiscales, es hacer que más personas contribuyan. Justo lo contrario de lo que pasó en los 70, con un creciente número de desempleados. No solo no pueden contribuir, sino que necesitan ser asistidos a través del subsidio de desempleo.
El segundo es la generación de expectativas crecientes. Amplias prestaciones sociales y la expansión continua de la intervención pública, extendió la idea de que existían «derechos adquiridos» que el Estado debía garantizar, lo que da un enorme rigidez al gasto público. Ante situaciones de crisis, no se puede reducir el gasto público, porque tiene su inercia.
Por último, el sistema se retroalimenta de forma perversa. Grupos e individuos presentan al estado, permanentes demandas que éste, se veía obligado a satisfacer por razones electorales. Al satisfacerlas, estimulaba que se presentaran nuevas demandas, lo que crea un círculo vicioso de expectativas crecientes, que aumenta sin parar el tamaño del estado.
Encontramos por estos problemas comentados, fallos del estado. Las decisiones públicas no estaban dirigidas por el interés general sino que responden a intereses de grupos o individuos que podían movilizar un importante número de votos.
Adicionalmente, nos encontramos con una sobrepolitización del modelo, que se traduce en una fuerte base clientelar, o «compra de votos» de forma encubierta, a través de la concesión de subvenciones, etc. Introduce una pasividad social incapaz de asumir criterios de competencia y mejora.
Las cargas fiscales daban un extraordinario poder a los aparatos del estado que eran quienes decidían lo que hacer con el dinero recaudado. Aspecto que restaba libertad al individuo.
Auge del liberalismo
El modelo keynesiano, había creado la ficción de que el estado podría ampliar de forma indefinida su gasto, sin que existieran límites, sin tener en cuenta las limitaciones de los ingresos. Los déficit continuos elevan la deuda a cotas imposibles, lo que hace insotenible el sistema.
La crisis de los años 70, puso de manifiesto estas contradicciones. Dio la oportunidad a los precursores del liberalismo a recuperar posiciones. Primero porque ofrecieron soluciones a problemas concretos a los que el keynesianismo no parecía capaz de responder. En especial, la situación de altas tasas de inflación, con estancamiento económico. En segundo lugar porque tuvo éxito en Estados Unidos y Reino Unido, en los gobiernos de Reagan y Thatcher, respectivamente. Se produjo un efecto contagio en el que los gobiernos conservadores o incluso los socialdemócratas adoptaron las políticas económicas que emanaba de la escuela económica neoliberal.
La salida se orientó a un redimensionamiento del estado de bienestar y a una revitalización de las opciones menos intervencionistas y abiertas al libre mercado.
Se concentró, en los efectos que genera la oferta monetaria sobre la economía. El postulado fundamental fue que la inflación es un fenómeno esencialmente monetario que guarda relación directa con la oferta monetaria, existente en la economía.
Era necesario seguir políticas de estabilización. Si la economía se calienta, si la demanda agregada crece en exceso, es necesario reducir la oferta monetaria y viceversa cuando entramos en recesión.
Achaca la inflación y el paro a la intervención de los estados. El neoliberalismo, considera que la salida, es eliminar regulaciones políticas. Dejar al mercado actuar, al considerarlo, la forma más eficiente de asignar los recursos necesarios a las actividades principales. Su acción se basa en establecer un orden basado en la libertad de los agentes privados, léase individuos y empresas, un orden que no restringe la libertad de movimiento. Desregulación de los mercados, que el mercado sea el que acometa la asignación de los recursos siempre escasos.
Adicionalmente, el liberalismo considera al uso de políticas derivadas del keynesianismo como una tipo de política incompatible con la libertad de los ciudadanos. Según Friedrich Hayeck, una excesiva intervención estatal en la economía, lleva inexorablemente a la instauración de formas autoritarias de gobierno.
Conclusión
Tirando de un recurso gallego, diríamos que a la pregunta, de cuál es la mejor teoría, la contestación sería depende. No hay blancos ni negros, ni soluciones universales. Las circunstancias y el entorno cambia y la soluciones se deben adaptar. Ambas escuelas han aportado soluciones exitosas en diferentes momentos de la historia. Hoy día, en el mundo occidental las políticas económicas de los gobiernos, tienen elementos de ambas escuelas y sus evoluciones.
Nadie duda que el mercado, ha demostrado su fortaleza a la hora de generar riqueza y desarrollo económico. Sin embargo, también nos ha mostrado las consecuencias económicas de una situación, en la que sólo confiamos en el mercado, como la crisis del 2008 y por supuesto, no siempre se ha mostrado como la mejor opción para que el desarrollo económico llegue a todos, para que ayude también a los que lo necesitan.
Por otro lado, no es menos cierto, que siendo verdad que el estado con su ineficiencia, puede quemar recursos, su actuación también es necesaria en aquellas áreas en las que el sector privado no llega. Tenemos el ejemplo de la promoción de las energías renovables cuando no eran económicamente sostenibles, siendo hoy además de económicamente la opción más viable, además de más limpias y sostenibles.
Adicionalmente, en Europa no hay debate, en la necesidad de mantener el Estado de Bienestar. El debate se divide, entre las formas de establecer las políticas económicas que generen la riqueza y el desarrollo económico necesario para su financiación. Se apuesta por una sanidad, educación y seguridad pública, SOSTENIBLE, sin fecha de caducidad por falta de recursos. A título de ejemplo, a nadie le gusta escuchar el mensaje de que cuando nos jubilemos, no existirán pensiones.
