(68) Más allá del Balance: por qué el Humanismo es la estrategia empresarial más rentable


Artículo de opinión. Jose Luis Gómez

En un mundo empresarial cada vez más gobernado por algoritmos, métricas y la búsqueda incesante de la eficiencia trimestral, a menudo me preguntan cuál es el activo más crítico y, paradójicamente, el más subestimado en una organización. Mi respuesta, forjada a lo largo de más de dos décadas en el corazón de grandes corporaciones y en la consultoría estratégica, se aleja de las cifras y se centra en un concepto mucho más profundo: la cultura empresarial. Y no una cultura cualquiera, sino una fundamentada en principios humanistas.

Esta convicción no es una moda pasajera ni una teoría aprendida en un manual. Tiene raíces mucho más profundas. Proviene, en primer lugar, de una educación familiar donde el respeto, la integridad y el valor de la palabra dada eran el pilar de cualquier proyecto, por modesto que fuera. Posteriormente, esta visión intuitiva se vio enormemente potenciada y dotada de un marco intelectual sólido durante mi paso por dos instituciones académicas excepcionales: la Universidad de Deusto y el IESE Business School. Ambas, referentes en el ámbito empresarial, me enseñaron que el humanismo no solo no está reñido con el negocio, sino que es, de hecho, su cimiento más sólido y duradero.

He llegado a entender que la cultura es el verdadero sistema operativo de una empresa. Es ese conjunto de valores compartidos, creencias y normas no escritas que determinan cómo se toman las decisiones cuando nadie está mirando. Es la diferencia entre una compañía con alma y una simple estructura para generar dinero. Y es precisamente aquí donde muchos análisis estratégicos fallan: subestiman su poder, tratándola como un elemento secundario en lugar de como la fuerza motriz que define el éxito o el fracaso a largo plazo.

El mayor error de la gestión moderna es plantear un falso dilema entre los valores y los beneficios. Desde mi perspectiva, esto representa una miopía estratégica. La búsqueda del beneficio a cualquier coste —presionando a los empleados hasta el agotamiento, exprimiendo a los proveedores o engañando al cliente— es, como decimos popularmente, «pan para hoy y hambre para mañana». Construye empresas frágiles, sin lealtad interna ni externa, y expuestas a riesgos reputacionales devastadores.

Una cultura humanista, en cambio, no se opone al beneficio; redefine su calidad. Busca un beneficio sostenible, consecuencia directa de hacer las cosas bien. Es un beneficio que nace de la confianza del cliente, del compromiso del empleado y de la colaboración con el proveedor. A lo largo de mi trayectoria en Arthur Andersen, Naturgy y ahora como socio en Auren, he visto una y otra vez cómo las organizaciones que invierten en su gente, que fomentan la seguridad psicológica para que florezca la innovación y que actúan con una integridad inquebrantable, son las que mejor navegan las crisis, las que atraen y retienen al mejor talento y, en definitiva, las que generan un mayor valor sostenido para sus accionistas.

Una empresa no es una isla; es un ecosistema. Su actuación genera ondas que impactan en todos sus grupos de interés o stakeholders. Los empleados no son recursos, son personas que buscan un proyecto vital donde crecer. Los clientes merecen un valor justo y una relación basada en la confianza. Los proveedores son socios estratégicos, no adversarios en una negociación. Las administraciones públicas y la sociedad en su conjunto nos proporcionan el entorno, la seguridad y el talento para operar, y merecen que les devolvamos un valor genuino, más allá del mero cumplimiento de la ley.

Esta visión integral es la que instituciones como Deusto y el IESE inculcan. Nos enseñan que el centro de toda organización son las personas y que la creación de valor económico duradero es la consecuencia natural de generar primero valor humano y social. Este enfoque no solo crea empresas más prósperas, sino que además fomenta externalidades positivas: al formar a nuestros equipos, elevamos el capital humano de la sociedad; al innovar con criterios éticos, creamos soluciones que benefician a todos; al ser exigentes con nuestra cadena de valor, impulsamos la mejora de todo un sector.

En definitiva, mi experiencia profesional y personal me ha llevado a la firme convicción de que el liderazgo empresarial del siglo XXI debe ser un liderazgo humanista. El gran reto —y la gran oportunidad— para los directivos de hoy no es solo alcanzar los objetivos del plan de negocio, sino hacerlo construyendo organizaciones que sean económicamente eficientes y, a la vez, humanamente gratificantes. Porque al final del día, las empresas más admiradas, y también las más rentables, serán aquellas que demuestren que la mejor manera de cuidar el balance es empezar por cuidar a las personas.

Publicado por José Luis

un financiero, con alma de comercial; un comercial, con formación financiera

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