Artículo de opinión. José Luis Gómez
A lo largo de mi carrera profesional, tanto en el mundo de la auditoría en Arthur Andersen como en la gestión dentro de una gran multinacional como Naturgy, he observado que existe una confusión recurrente, incluso entre directivos experimentados, sobre el papel y el propósito de la auditoría externa y la interna. A menudo se perciben como funciones redundantes o, peor aún, antagónicas. Nada más lejos de la realidad. Son dos disciplinas distintas, con objetivos diferentes, pero que, cuando trabajan en sintonía, se convierten en los dos pilares fundamentales de un gobierno corporativo robusto y eficaz.
Para clarificar sus roles, me gusta utilizar una analogía del mundo del deporte: el auditor externo es el árbitro del partido, mientras que el auditor interno es el entrenador del equipo. Ambos son cruciales para el juego, pero sus funciones, lealtades y perspectivas son radicalmente distintas.
El auditor externo: el árbitro
La auditoría financiera legal, o auditoría externa, es un examen independiente de los estados financieros históricos de una compañía. El auditor externo es un profesional ajeno a la empresa, contratado para un propósito muy específico y regulado por ley.
Su objetivo principal no es ayudar a la empresa a gestionar mejor su negocio, sino emitir una opinión independiente y profesional sobre si las cuentas anuales reflejan la imagen fiel del patrimonio, la situación financiera y los resultados de la compañía, de acuerdo con el marco contable aplicable.
El destinatario de su trabajo no es la dirección, sino el conjunto de stakeholders externos: accionistas, inversores, acreedores, reguladores y el mercado en general. Su lealtad reside en la confianza pública. Como un árbitro, su función es verificar que la empresa ha «jugado el partido» financiero siguiendo las reglas (las normas contables) y que el resultado final que presenta al público es fiable. Su trabajo es retrospectivo, se centra en lo que ya ha ocurrido y culmina en un informe público estandarizado.
El auditor interno: el entrenador
El auditor interno, por el contrario, es parte de la organización. Es un empleado cuya independencia se mide por su capacidad para operar sin injerencias de los departamentos que audita, reportando directamente al más alto nivel de gobierno de la empresa, habitualmente al Consejo de Administración a través de la Comisión de Auditoría.
Su objetivo principal es aportar valor a la compañía, ayudándola a cumplir sus propios objetivos. No se limita a la información financiera; su campo de juego es mucho más amplio. Evalúa la eficacia de los procesos de gestión de riesgos, control y gobierno de la organización en su totalidad. Analiza la eficiencia de las operaciones, la seguridad de los sistemas de información, el cumplimiento de las políticas internas y un largo etcétera.
Su trabajo es proactivo y continuo, enfocado en el presente y el futuro. Como un entrenador, su misión es analizar el rendimiento del equipo (la empresa), identificar debilidades, proponer mejoras en la táctica (los procesos) y ayudar a la dirección a ser más fuerte, más eficiente y a gestionar mejor sus riesgos. Su informe es de uso interno, detallado y lleno de recomendaciones prácticas para la mejora continua.
Las grandes diferencias
Las diferencias fundamentales son:
- Independencia: La del auditor externo es una independencia de origen, total y legalmente exigida. La del auditor interno es una independencia funcional dentro de la propia organización.
- Objetivos: El externo busca opinar para dar confianza a terceros. El interno busca recomendar para mejorar la organización desde dentro.
- Alcance: El externo se centra en la información financiera histórica. El interno abarca todos los procesos y riesgos (operativos, estratégicos, tecnológicos, etc.) con una visión de futuro.
- Destinatario: El informe del externo es público. El del interno es privado y para la alta dirección y el Consejo.
- Obligatoriedad: La auditoría externa es a menudo una obligación legal periódica (anual). La interna es una decisión voluntaria de buen gobierno, de carácter continuo.
La sinergia imprescindible: aliados, no rivales
Lejos de ser funciones opuestas, la colaboración entre ambas es un multiplicador de valor. Un buen trabajo de uno potencia enormemente la eficacia del otro.
- ¿Cómo ayuda la auditoría interna a la externa? Una función de auditoría interna sólida, competente y objetiva es la mejor noticia para un auditor externo. Este puede, tras evaluar su trabajo, depositar un grado de confianza en las revisiones ya realizadas por el equipo interno. Por ejemplo, si la auditoría interna ha verificado eficazmente los controles sobre el ciclo de ingresos, el auditor externo puede optimizar sus propias pruebas, haciendo su trabajo más eficiente y enfocado en áreas de mayor riesgo. Esto puede incluso repercutir en unos honorarios más ajustados.
- ¿Cómo ayuda la auditoría externa a la interna? El informe del auditor externo y las comunicaciones a la Comisión de Auditoría son una fuente de información valiosísima para el auditor interno. Las debilidades de control interno o las áreas de riesgo identificadas por el «árbitro» independiente sirven para validar las preocupaciones del equipo interno y ayudan a priorizar su plan de trabajo para el año siguiente, dándole más peso a sus recomendaciones ante la dirección.
En mi experiencia, las empresas mejor gestionadas son aquellas que no solo cumplen con la obligación de tener un árbitro, sino que invierten de forma decidida en un buen entrenador. Entienden que la confianza pública que garantiza la auditoría externa se construye sobre la base de la excelencia operativa y el control riguroso que promueve la auditoría interna. Ambas funciones, cada una en su rol, son indispensables para navegar con éxito en un entorno empresarial que exige, a partes iguales, transparencia y un rendimiento excepcional.
